Queridos amigos, esta semana tuve la oportunidad de leer de modo accidental el artículo “Consumir, consumir, consumir…” de Cristina Sáez, incluido en el número de abril de la revista “REDES” de Eduard Punset. Como les decía, esta publicación llegó a mí de modo sorpresivo, y además en medio de una de esas muchas noches de insomnio en las que los poemarios temáticos, la denuncia y la injusticia, pueden llegar a paralizarte en una especie de vigilia vertiginosa, sobre todo encendida con el temor de que el siguiente día se parezca al que no te han dejado vivir.
Pasé rápidamente sus páginas con el interés del sonámbulo, pero sin quererlo, me detuve en el artículo anteriormente señalado. ¿Por qué? Pues posiblemente porque tenía una gran relación con lo que actualmente estaba escribiendo en mi poemario “Ágata”.
Evidentemente, las perspectivas de ambos trabajos son diferentes, y mientras yo lo muestro desde una perspectiva más poética y totalitaria, el artículo, atacaba el tema del consumismo de un modo más analítico y concreto.
Ahora bien, las conclusiones siguen siendo las mismas. El consumismo y el acuerdo por parte de las multinacionales para pactar la obsolencia de sus productos, generan, como es lógico, una cantidad incontable de desechos. Unos desperdicios que se incrementan exponencialmente y de un modo directamente proporcional al grado de consumismo del llamado “primer mundo”.
Esta noticia, como otras tantas, es catastrófica. Sin embargo, la vemos como tal porque es tangible por nuestros sentidos. Consideremos pues el estado ruinoso y corrosivo de todo aquello que ni siquiera podemos llegar a percibir. Ante esta barbarie tangible, son muy pocos los que hacen algo, y eso que hay acceso a la información sobre los destrozos.
¿Qué pasa entonces con lo que no podemos percibir, y que muchas veces podría llegar a ser la auténtica etiología en la que se sustenta la ausencia de ideales, así como de la falta de motivos y compromiso por parte de las antiguas y nuevas generaciones? Y me refiero por supuesto al origen de la falta de conexión del ser humano con su realidad e identidad natural, causa lógica y conocida por todos de las principales catástrofes que nos aletargan sobre una conducta de negación de lo primigenio y esencial.
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Pensemos un instante. ¿Y si el consumismo no fuese más que una de las proyecciones del ser humano de plástico y necesidades creadas que el capital ha ido construyendo?
Antes de hacer ningún tipo de reflexión, quisiera referirme al primer caso, es decir, el tangible. En él, podemos predecir que a la Tierra tan sólo le quedan unos años para dar cabida a toda esta destrucción. Sin embargo, y yéndonos ya a la segunda instancia; no deja de ser más que interesante el porqué esta multitud de sujetos no puede percibir muchas de sus propias raíces naturales, raíces que incluso llegan a despreciar como si actuasen de modo mecánico una serie de inhibidores sociales. Ahora bien, si estos individuos tan sólo son una pantalla en favor de los candados, ¿qué queda de ellos?
¿Podríamos estar viendo la luz destructora de una estrella ya desaparecida?
Yo tengo esperanza. La respuesta, además de en otros muchos lugares, tiene que estar en todo aquello a lo que nos han enseñado a destrozar (“produciendo” un sistema en el progreso y estabilidad, sin lugar a dudas).
Entre otros campos, el destino de la poesía yace pisoteado por el desprecio de hasta los que se jactan de promocionarla, así que, y sin lugar a dudas, este podría ser un magnífico camino hacia ese lugar utópico, al que muchos ya han dado por perdido.